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DIA 7



          Ya no hago caso de las noticias. Son tres los motivos. No tengo tiempo, las ganas se desvanecieron y el leerlas me produciría más miedo. Sé que las cifras en Italia son horribles, en España vamos camino de alcanzar al país transalpino. De verdad, vivimos una pesadilla.
          Debo de ceñirme a la realidad. Hoy Móstoles estaba casi vacío. Los coches y la gente que se movían por sus calles eran los estrictamente necesarios. Cosa que me alivia. Pero no es suficiente. Y digo que no es suficiente cuando se sigue denunciando a personas que a estas alturas de la película les da igual todo. Las excusas vanas que nos ponen me importan un pimiento. O escucho verdad o no me vale. Punto. Sobran, desde hace un par de días, las explicaciones que me limitaba a dar en cada intervención con intención de hacer ver. Me he cansado, todos los compañeros de mi turno nos hemos cansado. Estamos trabajando, hoy en concreto, nueve coches para más de doscientos mil habitantes. Somos lo que nunca me gustó, lo que nunca fue necesario y ahora lo es. Somos máquinas de denunciar, no reprendemos, directamente denunciamos y punto.


          Pensaba que era el único. Hoy en el trabajo lo comenté con Rivas, Jorge y algún otro y resulta que es un mal común. Llego a casa agotado, ceno, veo la tele un rato, escribo en este blog o lo dejo para el día siguiente, me acuesto, duermo del tirón entre seis horas y media y siete y me levanto como si realmente hubiera estado toda la noche de juerga. Es la tensión, lo sé con certeza. Jamás había sentido a mi cuerpo así. Imagino que a nuestros queridos sanitarios, cajeros, conductores de autobuses o farmacéuticos les pasará igual. Es imposible vivir ajeno a esta realidad y además estar ahí fuera como si nada. No somos héroes. Creedme, no lo somos. Al menos yo no lo soy ni lo pretendo ni lo seré. Me pagan por lo que hago. Tengo hipoteca y demás gastos de vivienda a los que hacer frente. Si no trabajo no hay dinero. Trabajo para vivir. Fui yo solito quién eligió esta profesión. No reniego de ella, es más, me siento orgulloso de decir bien alto que soy policía. No quiero un plus por lo que estoy haciendo. No pido más dinero, tampoco más días libres. A estas alturas de la película lo único que realmente me agradaría es que todo el conjunto de la ciudadanía de este país nos viera, nos alabara y nos aplaudiera siempre como lo hacen estos días. Sé que en mi profesión habrá policías mejores y peores. También hay carniceros peores y mejores, con todos mis respetos al gremio. Pero la inercia a generalizar con mi colectivo es muy frecuente. Espero que en esta ocasión no seamos cortos de memoria cuando esto pase. Es un mal del que adolece nuestra sociedad, el cortoplacismo, la mala memoria.


          Hoy no voy a contar ningún caso relevante de gente que deambula por la calle cuando no debe. También hoy he tenido que denunciar. Pero resulta harto tedioso contar siempre lo mismo. Gente que se inventa excusas o le echa morro para permanecer más tiempo allá fuera.
          Las cosas se van complicando. Aparte de estar el coronavirus campando a sus anchas también tenemos los colectivos de siempre trasteando. Por ejemplo okupas que tratan de meterse en casas vacías aprovechando el poco flujo de gente por la calle. Son situaciones complicadas. Aparte de regirnos conforme a ley debemos andar con sumo cuidado con las medidas de protección. En pocas palabras. Tenemos que detenerlos igual que siempre pero sin escatimar en guantes de látex, mascarillas o geles de alcohol. Cuando detenemos a alguien el contacto es máximo, la distancia de más de un metro se rompe y el contagio puede ser inminente.
          Aparte de las detenciones. Se nos están empezando a dar una situación de manera frecuente y con la cual ya contábamos. El estar tanto tiempo encerrado en tu casa con tu familia puede dar lugar a enfrentamientos, a discusiones y en último lugar a agresiones. Se pierden los estribos con mayor facilidad cuando uno está confinado tanto tiempo. Entrar en viviendas ajenas adoptando medidas máximas por nuestra seguridad y mediar o detener no es fácil, nada fácil. Hoy se nos dio un caso. Jorge, Molina, Guadarrama y un servidor ya no sabíamos donde ponernos, dentro de una vivienda de menos de setenta metros cuadrados, para guardar la distancia mínima de seguridad y evitar el contagio del bicho entre todos los que estábamos allí. Agresores, agredidos y familia en general incluidos.


          Quizá el momento más ameno de todas las jornadas está siendo el momento del café. Lógicamente ningún bar está abierto. En tandas acudimos a una gasolinera que sirve café para llevar desde una ventanilla. Nos acercamos por turnos, recogemos nuestra bebida, pagamos y nos retiramos para dejar paso al siguiente. Después formamos un corro los seis u ocho policías. Y en la distancia, al aire libre, durante unos veinte minutos aproximádamente, charlamos de todo un poco, reímos y terminamos por despedirnos y desearnos suerte en el servicio. Nos sentimos libres, egoístas con el resto de la ciudadanía pero libres. Los trabajadores de la gasolinera son personas estupendas. Me quito el sombrero. Uno de ellos mientras tomamos el café nos ameniza el rato por la megafonía contando chascarrillos o haciendo chistes. Lo repito, es el mejor momento del día.


          Todos los días hablo de gente que está a mi lado, al pie del cañón. La jornada de hoy ha sido especialmente dura y cargada de trabajo y ahí estaban nuestros queridos emisoristas. Dani, Borreguero e Israel deben de haberse acostado ya, seguro que a estas horas tienen aún las orejas fritas de tanto teléfono y la voz derretida de tanto hablar. Parece fácil pero no lo es. Me refiero al trabajo en emisora. Estos días somos todos importantes y sin ellos nuestro trabajo en la calle estaría carente de sentido. Reitero mi agradecimiento a los tres. Tres buenas personas y tres buenos amigos. Chavales, seguid así. Os mando aliento a estas horas en las que el sueño empieza a vencerme.


          En otro orden de cosas me ha venido bien que hoy hubiera tanto trabajo. Aunque tanta faena sea sinónimo de que nada anda como debiera en las calles, a mi mente el trajín le ha sentado genial. Ya no solo tengo a mi tío Eulalio en el hospital Severo Ochoa de Leganés ingresado por coronavirus y mejorando muy lentamente. Ya no solo tengo a mi tío José en el hospital de terminales de Cercedilla esperando a cerrar los ojos en un momento u otro. Mí tía Nieves, la esposa de mi tío Eulalio, está también ingresada por coronavirus en el Severo Ochoa con la complicación, además, de una neumonía.
          No os preocupéis, yo seguiré matando monstruos por vosotros allá afuera.


          Al llegar a casa siempre me está esperando Mayte despierta. Es mi jefa. Lo digo como lo siento. Ella manda. Esté yo o no esté en casa. No se trata de machismo. Fue ella misma quién se ofreció a llevar el peso de la casa todos los días que yo trabajase en esta situación tan excepcional en la que se encuentra nuestro país. Por supuesto los días que libro ambos arrimamos el hombro por igual.
          Ella misma se ha encargado de establecerme un protocolo cuando vuelvo del trabajo para no contagiar nuestro hogar. Entro por la puerta de casa. Me desnudo en la entrada quedándome en ropa interior y voy directamente a la ducha. Cuando acabo de asearme recojo lo que he dejado en la entrada con sumo cuidado y lo voy desinfectando con alcohol y gasas, lo llevo a la terraza todo para que se airee durante la noche, me limpio las manos con alcohol higienizante y entonces es cuando tengo permiso para cenar, darle un beso y abrazarla o sentarme en el sofá con ella a ver la televisión. Gracias guapa por mantener la disciplina en unos momentos en los que es necesaria. Yo soy un auténtico desastre y lo sabes perfectamente.


          Termino estas líneas mientras escucho `El encuentro´, un tema de Supersubmarina que Charly me mandó esta misma mañana y no he podido oír hasta ahora mismo. Ya hablaré de él otro día. De Charly. Es un ser especial en mi vida.


          Joder, por fin. Era la tensión reprimida. De vuelta a casa, mientras conducía escuchaba "Split" del pianista Rauelsson. Tenía ganas de llorar. No pude. Ahora sí. Hace ocho días me preocupaba mucho el edema óseo de mi tobillo y las carreras de montaña que podía o no hacer según se recuperase antes o después la lesión. Ya no existe tobillo, ni siquiera un mañana. He aprendido a vivir en el aquí y ahora.


Nunca seré quién he deseado pero qué bien me lo paso intentándolo y riéndome de mis equivocaciones.





       


       

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