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DIA 29 CONFINAMIENTO




          A estas horas estoy más sosegado. He llorado a moco tendido entre las cuatro paredes de mi casa. Qué otra cosa puedo hacer.
          Mañana seguirán dando estadísticas de infectados, sanados y fallecidos. Puros números. Mi tío Eulalio será un dígito más, como lo fue mi tío José. Hoy quiero recordarlos a los dos. Porque sí. Porque no quiero que su vida quede reducida a un número, no me sale de las narices. Porque nadie se acordará de ellos cuando esto pase salvo su familia. Porque sé que en otras casas están pasando estos dramas pero este drama es el mío y me apetece desahogarme. Porque es muy probable que este blog, cuando esto acabe, no tenga trascendencia alguna (tampoco es que tenga demasiada ahora), pero sí me gustaría que en algún lado, aunque sea en la puñetera red de internet los nombres de mi tío José y mi tío Eulalio salgan, que no sean dos anónimos más. Al menos hoy lo quiero así, no me apetece otra cosa. Si hago lo contrario a lo que ahora me dicta el corazón voy a volverme loco. Y no quiero que Mayte me siga viendo jodido, no es justo estar llorando en el hombro de la misma persona todos estos días, por eso escribo.


          José Rodríguez Ayuso era el mayor de mis tíos. Un pluriempleado de manual que desde que amanecía hasta que anochecía trabajaba para mantener a su familia formada por mi tía Vicenta y mis tres primos. Fue muchas cosas en su vida laboral, pero sobre todo lo recuerdo como albañil, más tarde capataz de obra y portero de discoteca, sí, fue portero de discoteca por su enorme tamaño. Mi tío José era grande, corpulento y con un mal carácter de cojones. Pero ero justo, un buen hombre como diría Pérez- Reverte.
          Tengo muchos recuerdos de él. Pero hay dos que nunca se me olvidarán.
          Cuando yo aún no llegaba ni a adolescente me llevaba en su todo terreno antiquísimo a una charca en mitad del campo a coger cangrejos junto a mis primos. Era una actividad sencilla. Una actividad cargada de normalidad que a mí se me antojaba como unas vacaciones que nunca volverán. Cualquiera de nosotros, con los días que corren, pagaríamos dinero por ir a cualquier río o charca a pescar cangrejos o simplemente a sentarnos en la orilla y meter los pies. Pues eso lo hacía de pequeño con él. Una cosa llana, humilde. Cosas que todos conocemos y que hemos ido perdiendo con tantas prisas, tanto cachivache tecnológico y tantas ocupaciones absurdas.
          El segundo de los recuerdos, aunque tengo muchos que ahora se agolpan en mi cabeza, es las veces que llegaba yo a Villalba en el cercanías desde Villaverde Bajo. Siempre era sábado, estaba el mercadillo puesto en la plaza de los Belgas, donde vivían mis tíos y mis primos, y mi tío siempre estaba esperándome sentado en un banco de la plaza para recorrer los puestos, hacer la compra que le había encargado mi tía y luego subir a casa. Le encantaba regatear con los tenderos, cosa estúpida puesto que los precios eran los que eran, pero su manera de ser no le permitía darse por vencido. Como tampoco lo hizo con la maldita mierda que se lo ha llevado por delante. Mi madre me contó que hasta el último momento, muriéndose, mi tío gritaba o bien de dolor o bien de mala hostia porque las enfermeras tardaban, según él, en atenderle. Se fue de esta vida dando guerra, luchando, como hizo toda su santa existencia.


          Eulalio Muñoz Espinosa, el hermano menor de mi padre. El pequeño de tres.
          A la hora de comer, hoy día diez de abril de dos mil veinte, ha sonado el teléfono y Mayte me ha indicado que fuera a cogerlo, que serían mis padres para darme noticias de mi tío Lalo. Estos días de atrás había mejorado bastante con la traqueotomía, respondía a estímulos y le habían bajado la medicación al mínimo.
          Mi madre me dice con la voz entrecortada que a mi tío le quedan unas horas según los médicos. No me lo puedo creer. Le pregunto que cómo es que han cambiado tanto las cosas. No sabe explicarme. Mi padre ni quiere ni puede ponerse al teléfono. Cuelgo. Rompo a llorar. Me sereno como buenamente puedo y llamo a mi primo Juan, el hijo mayor de mi tío. Me cuenta que los médicos les han llamado con urgencia. Que había empeorado y no respondía a nada. Que después de un mes, sí, un puto mes, han podido ver su a padre y a su marido (mi tía Nieves). Mi primo me dice que cuando lo ha visto no lo ha reconocido: "Ángel, ese que estaba en la cama no era mi padre", literalmente. Es tan cruel este maldito virus que han visto a su padre a tres metros de distancia y con una especie de cortina de plástico por medio. Ni tocarle, ni acercarse, ni despedirse, nada."Quiero quedarme con otra imagen de él y no con esta última, primo. Quiero quedarme con lo que le dije cuando entró por la puerta del hospital. Le dije que podía con esto" se desahoga Juan Antonio. Me cuenta también que le ha pedido a uno de los médicos que desenchufaran a su padre, que no soportaba verlo así, que dejaran la cama libre para otra persona que ahora lo necesitase. Me ha partido el alma oírle.
          No quiero dar más detalles al respecto. Lo que diré es que a mi tío Eulalio, el que vivía a cinco minutos andando desde mi casa, siempre le he tenido un cariño especial. Él fue quién me cuidaba cuando era pequeño y mis padres trabajaban. Él vivía con mis padres por aquel entonces y era mi chacha. Él era el que pagaba todos los juguetes, cuando yo era un mocoso de 5 años, que yo sacaba a rastras de la droguería de la señora Antonia a espaldas suyas. Él fue el que, igual que mis padres, pasó noches a mi lado en el hospital cuando con dieciocho años me operaron de una pierna, y me cuidó como un hijo suyo más, pese a que él ya tenía su familia formada. Él era el que cada año, durante mucho tiempo, me acogía en su casa en las fiestas de Leganés para salir con él y con mis primos por ahí a bailar o a tomar algo. Él era ese abonado al Club Leganés que en más de una ocasión me ofreció su abono para ir al campo a ver al club pepinero. Y así podría seguir con mil batallas más.


          Hoy no es un día agradable. Para nadie lo es en estas circunstancias de encierro. Podría haber escrito algo más elaborado y emotivo de mis dos tíos pero no tengo la cabeza para darle forma a ningún texto. Sencillamente ha sido un vómito de pensamientos y sentimientos. Me he quedado sin dos seres queridos y no me sale de las narices, aunque finalmente sea así, que la vida de los dos quede resumida a un puñetero número estadístico. Os nombro constantemente hoy en mi cabeza para no olvidaros, os quiero.


José Rodríguez Ayuso y Eulalio Muñoz Espinosa, José Rodríguez Ayuso y Eulalio Muñoz Espinosa, José Rodríguez Ayuso y Eulalio Muñoz Espinosa...

     

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