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DÍA 1





          Me llamo Ángel Muñoz y soy Policía en el municipio madrileño de Móstoles. He creado este espacio común con la intención de contar, evitar asfixiarme. No busco concienciar a nadie. Como bien me aconsejó mi querido Alberto Torrego, durante un libro sobre el que trabajamos meses y cuya publicación luego se vio truncada, escribiré de una manera directa, sin rodeos, con la intención de no confundir al lector.

          Nadie es ajeno a la situación dramática que a día de hoy vivimos en nuestro país, aquel que a estas alturas de la película esté desinformado vive en otro planeta.
       
          Llevo más de 15 años ejerciendo mi labor profesional en el municipio anteriormente mencionado. Un municipio situado al suroeste de la Comunidad de Madrid, la cual, a estas horas en las que escribo, es la comunidad, que no la única, más asolada por la terrible pandemia del coronavirus o Covid 19.




          Estoy librando. Llevo bastantes días, como la mayoría de la ciudadanía de este país, atragantándome con el aluvión de información y desinformación sobre lo que ya tenemos encima. Aún así he tratado de no romper mi rutina diaria: deporte, amigos, lectura, películas, tareas del hogar, vida en pareja, visitar a la familia, etcétera.
          A mediodía de hoy, 13 de Marzo de 2020, nuestro actual presidente del gobierno decide anunciar el estado de alarma para detener el coronavirus. Me encuentro en el salón de mi casa, sentado en el sofá, esperando a que mi pareja llegue de trabajar para comer juntos y la noticia, la verdad, no me pilla por sorpresa, era algo de prever, sentido común. Pese a todo no reacciono, sigo en mi fantasía mental particular, creo estar sentado en la butaca de un cine contemplando una película apocalíptica del tipo Guerra Mundial Z, la que está basada en la novela de Mel Brooks. Y digo esto porque he sido de esas personas que han creído, en los días previos, que lo que nos está atacando es una simple "gripe", que la cosa iba en broma.
          Mayte abre la puerta de casa con una mezcla de tristeza y miedo. La han mandado a casa, como a muchos trabajadores de este país, por un periodo de 15 días, tiempo que tendrá que "devolver" posteriormente. Llama a sus padres, yo hago lo propio con los míos. Son mayores y personas más vulnerables según la OMS. Les aconsejamos que sean prudentes, que todo esto no es ninguna tontería.
          Comemos en silencio uno enfrente del otro en la cocina. Mientras recogemos la mesa decidimos acudir al supermercado más cercano para comprar algunas cosas básicas. Estanterías vacías, gente con mascarillas y guantes o solo con guantes o solo con mascarillas o sin nada.
          El trayecto a casa es corto. El grupo de Whatsapp del trabajo está que arde, lo sé porque el móvil no deja de vibrar en el bolsillo de mi pantalón. Me detengo en mitad de la calle. Dejo las bolsas en un banco para mirar el teléfono. Un sargento escribe que debemos estar localizables. Mayte me pregunta qué sucede y le explico. Retomamos la marcha y al llegar a la puerta de mi portal observo, atónito, a gente en las terrazas de los bares o paseando como si nada. Incautos. No los culpo. Yo lo he sido días atrás.
          Matamos la tarde viendo en la televisión una serie cómica, capítulos en bucle. Bastante miedo tenemos en el cuerpo como para ver lo que las distintas cadenas ofrecen en ese momento.
          Llama mi madre y me cuenta que su hermano mayor, mi tío José, se está muriendo. Lleva lidiando con una enfermedad y un trasplante fallido muchos meses. Se lo ha comunicado mi tía. Mi madre llora, no puede acudir a despedirse de él, no la dejarían pasar a verle. Yo tampoco puedo ir a verla para abrazarla y consolarla. Además, para colmo, el hermano pequeño de mi padre, mi tío Eulalio, está ingresado en el Hospital Severo Ochoa de Leganés. Coronavirus. También están infectados su mujer y mis primos. Afortunadamente para mí, maldita fortuna, llevo meses sin verles.

          Un Viernes cualquiera a estas horas estaría tomando cervezas con Mayte y los amigos. Hoy la historia es distinta. Me asomo de cuando en cuando a la terraza y la calle está vacía, muda de coches, parece que la gente empieza a comprender. Aún así no me fío. Mi chica ya duerme y yo escribo estas líneas con una cerveza al lado. No tengo sueño, joder, con lo bien que se me da dormir. No sé cómo vamos a afrontar el fin de semana encerrados en casa. Imagino que como todos. Habrá que tirar de ingenio. Pasado mañana es Lunes y si las cosas no se precipitan, lo dudo, no tendré que hacer acto de presencia en comisaría para afrontar lo que venga hasta ese día.
          Hablo con Jorge, mi compañero, él hoy está trabajando. Me cuenta que los medios que tenemos son guantes de látex, mascarillas y gel. Que la cosa no pinta bien. Que hay pocos avisos y cada vez menos gente por la calle. Que cuando van a un aviso, literalmente, acuden cagados de miedo. Parece ser que han atendido a una mujer de 72 años posiblemente contagiada, según los sanitarios de la ambulancia que la han trasladado al hospital. Me acuerdo de mi amigo Carlos. Ha dejado a su mujer y a sus dos hijos en casa. Ya llevará unas horas en las urgencias del hospital de Valdemoro trabajando. Es enfermero. Cuando todo esto acabe quiero que nos juntemos para hacer lo que más nos gusta. Correr juntos una carrera, en concreto la Vuelta al Aneto, algo que a él, a Abraham, a Sergio, a Néstor, a Andrés, a Mon, a Javi, a Juanpe y a mí nos vuelve locos.

Me voy a la cama.

       



Comentarios

  1. Muchas gracias Pepe. Cuídate. Cuida a la Reina.

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  2. Estoy enganchada a tu blog, los otros dos los leí al despertar el de hoy ahora mismo, no sé que voy a leer al despertarme, jajajajaj

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  3. Jajaja, gracias Patricia. Mañana será más interesante, por desgracia. Un abrazo muy fuerte.

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  4. Pronto nos tomaremos unas cañas y todo habrá pasado.

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